Con esas ganas de cambiar el mundo,
de comértelo a besos.
Con esa hambre de naúfrago,
esa necesidad insaseable de alimentarte: de algo, de alguien, de cualquier cosa o modo.
Corriendo a los brazos de los demás a recibir atenciones mal intensionadas y cariños falsos.
Con ese paso presuroso a darte de topes contra la pared,
no más por el puro ocio de no haberlo echo antes ya.
Contenta, girando, gritando, cantando.
Con el corazón en la mano, las tijeras en la otra y corriendo a mil por hora.
Cómo un perrito a coger la pelota que el idiota de tu amo ha tirado, a complacerlo, a que te haga mimos sólo por ser un perro tonto.
Contaminando el ambiente con tu alegría imaginaria, tu felicidad inventada, tu satisfacción idealizada.
Cogiendo trozos de tela, pedacitos de estambre, alambritos y demás chuchería bonita.
Con la boca llena de palabras;
las manos empuñadas monstrando tu frustación;
el cabello revuelto, despeinado, descuidado;
con todo tu cuerpo a punto de explorar.
Conciente de que estás lista para salir,
de que el eco del disparo ya se ha disipado;
la carrera ha empezado, pero tú sigues corriendo hacia el lado opuesto con el corazón en una mano y un par de tijeras en la otra.
